domingo, 11 de octubre de 2009

Fortaleza

A veces, al contemplar las situaciones denigrantes en que viven algunos, la falta de valores en que son criados muchos otros; en fin, la ausencia de sentido humanitario que a veces parece imperar en el mundo, resisto la tentación de elevar los ojos al cielo y mejor me concentro a mi alrededor. La conclusión a la que he llegado es muy sencilla: si es lógico suponer que el más imponente y aparentemente moderno edificio se desmoronará si no se tomó la precaución de dotarlo de buenos cimientos, ¿por qué pensamos que nuestra sociedad es diferente?

En la búsqueda por entender en qué momento los cimientos de nuestra sociedad se cuartearon, encontré un elemento muy interesante al que me gustaría dedicarle mi atención. Es un valor muy a propósito ahora que hablamos de cimientos: La fortaleza. ¿Y cómo lo definiríamos?

El valor de la fortaleza se ejerce cuando, a partir de una convicción firme, resistimos o vencemos aquellos obstáculos que se oponen a nuestros propósitos positivos y evitan el crecimiento personal. Surge al tener claros nuestros ideales y proyectos personales y nos da energía para conservarlos y defenderlos.

El humano se distingue entre el resto del reino animal por su capacidad de pensar y yo me atrevería a agregar, soñar. Esa maravillosa capacidad se convierte en un arma de doble filo, pues mientras que puede ser una bendición cuando se ejerce con plenitud, puede llegar a envenenar al alma si simplemente se deja de lado. Por una sencilla razón: es imposible que no deje en nosotros –aunque a nivel inconsciente, lo cual es a veces mucho más perjudicial- la certeza de que somos capaces de mucho más de lo que ahora estamos haciendo. Y la imposibilidad de cambiar eso puede llegar a quitarle el sueño al más próspero.

Y aquí precisamente, en medio de imprecisas divagaciones, entra el valor de la fortaleza. Como ya mencioné, opino que los mejores rasgos del ser humano derivan de su capacidad de razonar, imaginar y soñar. Sin embargo, ocurre que a veces nuestra sociedad impone cánones que seguimos sin más, sin cuestionar si realmente van de acuerdo a nuestras ideas o nuestros proyectos.

Y es de ahí precisamente, de esa grieta producida por el obrar sin cuestionar o tener en cuenta nuestras aspiraciones, que se produce una reacción en cadena que termina ocasionando reacciones catastróficas.

Si bien todo humano tiene –o ha tenido- una aspiración por la cual se ha sentido alentado a vivir, ver esa misma ilusión frustrada -por el motivo que sea- deriva en sentimientos de amargura y resentimiento que es bien sabido, engendran a su vez otros sentimientos y acciones que no podrían calificarse como deseables.

Sin embargo, lo peligroso viene cuando llegamos a convencernos de que ese sentimiento desgarrador de desilusión es normal. En una sociedad repleta de seres que están acostumbrados a enterrar sus ideales por ser poco realistas, por miedo al que dirán, por temor al rechazo que implica el ser diferente; en fin, por mil y un motivos que no vale la pena mencionar, es realmente difícil reaccionar y percatarse de que ese sentimiento no es normal. Nuestros principios democráticos juegan en nuestra contra por esta vez, ya que es bien sabido que tendemos a aceptar lo que diga la mayoría como lo mejor. O lo verdadero.

Sin embargo, creo que pocas veces nos detenemos a pensar en lo perjudicial que resulta ser “democrático” en esta ocasión. Porque, y aunque un dicho popular sostiene lo contrario, la miseria colectiva no alivia el dolor. Sólo lo hace más soportable.

Hay una cosa que yo llamo “felicidad pirata” y debe su nombre, por supuesto, a la similitud que guarda con esa práctica tan de moda en México. Adquirimos algo a un precio “más barato” y al principio nos parece que no hubo diferencia alguna con el artículo original del que fue reproducido. Después, en la mayoría de los casos, solemos darnos cuenta de que pensar ello es un error, pero también en la mayoría de los casos, lo más común es dejar pasar el hecho pensando que al fin y al cabo la compra nos proporcionó un placer (aunque fuera temporal) y que ya tendremos ocasión de adquirir un bien original o en el peor de los casos, otro “pirata” y provisional. Pero… ¿y si en vez de un par de tennis o un disco compacto estuviésemos hablando de nuestra vida? ¿Pensaríamos lo mismo?

La felicidad pirata es, a mi forma de ver, ese sentimiento de satisfacción que alcanzamos cuando realizamos acciones que si bien no se apegan a nuestros verdaderos deseos, si resultan más atractivas, fáciles o convenientes en el momento. ¿Quién ha escuchado alguna vez del hombre que quería con toda su alma ser pintor pero que al final terminó convertido en vendedor de seguros? Creo que todos, y no me parece que sea coincidencia; es el clásico cuadro que enfrenta el deseo y la aspiración “irrealizable” contra una opción de vida si bien menos atractiva, más “conveniente” y poco riesgosa. Aplausos de la multitud cuando el chico se deja convencer de lo inmaduros que son sus deseos y decide “sentar cabeza”.

¿Qué se ganó la sociedad con su decisión? Pues un hombre con estabilidad monetaria y seguridad en su futuro. ¿Y qué perdió? Nadie lo sabe. Probablemente un artista de poca monta que algún día se habría arrepentido de no seguir los consejos de su abuelo...

... O tal vez un Picasso...

Pero lo más terrible que perdió es un hombre que tenga la paz de espíritu para decir: "hice todo lo que podía".

Si estos pensamientos permanecieran latentes en nuestro subconsciente y sólo afloraran, como nos dicen las películas hollywoodensenses, en nuestro lecho de muerte, sin duda no tendrían mayor consecuencia que quitarnos la paz en nuestros últimos instantes de vida. Pero si, como sospecho, van exteriorizándose gradualmente poco a poco de forma casi imperceptible a lo largo de nuestra vida, entonces para mí de pronto tienen sentido todos aquellos dependientes que sistemáticamente (y no sólo por el estrés de un inusual mal día) insultan a sus clientes; de pronto entiendo porque hay tanto camionero que maldice cuando nos acercamos a sus vehículos, porque hay tanto médico que parece valorar más el cheque que recibe a fin de mes que la vida del paciente entre sus manos...

De pronto todo cobra sentido: estas personas no aman sus profesiones. No aman lo que hacen con sus vidas. ¿Y a qué se debe eso? A que escogieron probablemente la opción sencilla, lo más remunerador, lo que les aconsejaba todo el mundo… un mundo que no iba a estar ahí para ayudarles con sus deberes una vez que aceptaran el rol.

Sinceramente creo que un humano en esa situación goza de una felicidad o comodidad “pirata”. Y entre más tiempo tarde en advertirlo y sobretodo, en decidirse a corregirlo, más difícil será para él, mayor la carga de amargura y mayores las actitudes negativas que puedan desprenderse de ello.

Por supuesto, en toda esta teoría habría una objeción que hacer: ¿qué ocurre cuando las mayores aspiraciones de un humano atentan deliberadamente contra otros? ¿Seguiré diciendo que habrá que evitar disuadirlos de seguir sus sueños por temor a fabricar adultos frustrados? De ninguna manera. En esta historia también hay una limitante, y esa es la libertad de los demás. Pero vamos, incluso para la tarea de encauzar sanamente las aspiraciones de alguien, nada mejor que un ser humano versado en la materia. Es decir, ¿cómo puede un hombre que jamás pudo sortear determinado obstáculo instruir a otro en el reto de hacerlo?

Lo que yo propongo es que le pongamos fin a esa cadena viciosa: que le demos más importancia a nuestras dotes de análisis y meditación; que le demos una nueva oportunidad a nuestro espíritu de niño, ése que no acepta solamente un “no puedes” sino que se ocupa de averiguar el “por qué” no se puede.

Pienso que nuestro potencial es infinito y que las únicas barreras que lo aprisionan son las que nosotros mismos nos hemos encargado de levantar. Si ya hemos demostrado que somos diestros en el arte de erigir murallas, ¿por qué no intentar crear una en base a nuestras convicciones? Cierto, vivimos en una sociedad que dicta reglas, impone modas, dirige, distingue, condena…pero, ¿por qué detenernos en esa parte de la frase si podemos recordar que un miembro activo de la sociedad es el individuo que nos mira diariamente a través del espejo y que su opinión también cuenta muchísimo, sobretodo en nuestra propia vida?

Un humano más pleno obviamente vive más feliz, y estoy convencida que la falta de atención a los valores se deriva de un desinterés nacido precisamente de la infelicidad.

Me encantaría que la solución a los problemas de la sociedad fuera sólo esa. Pero aún cuando lo fuera estoy convencida de que hace falta mucho trabajo para remediarlo. Yo empezaré por luchar por mis ideales, para llegar a ser lo suficientemente fuerte como para no desalentarme a la primera y en vez de eso levantarme de un “fracaso” con más pasión que antes, con más entrega.
Promoviendo la fortaleza en mi corazón, y logrando que eche raíces profundas, es la manera más segura que tengo para, algún día, arrancar un brote de ella y tratar de sembrarla en el corazón de alguien más.

Y así tal vez, sólo tal vez, podamos lograr iniciar una nueva cadena que termine con las actitudes negativas que hoy por hoy merman lentamente a nuestra sociedad.

2 comentarios:

  1. mis mas sinceras felicitaciones, eres una escritora muy buena, captaste mi atencion kompletamente (apesar de ke son las 3:40 am xD) y gracias por demostrarme ke aun hay personas ke piensan por si mismas y ke lo hacen de forma koherente, saludos espero verte en elmsn xD..

    pD. pedona mis errores de ortografia xD

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  2. Hola, Soy Geraldo, siento que aun no haya leidotus escrito, creeme que lo hare, pero como veras hoy a cuatro dias que me enviaste el correo para invitarme a leer tu blog apenas lo voy viendo, pero lo hare. Un saludo y gracias.

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