miércoles, 21 de octubre de 2009

Pan y circo

Reconozco que la expresión “pan y circo” antes me impactaba menos que ahora. Cuando era niña incluso me evocaba imágenes agradables, como esas salidas con mis padres a exhibiciones de animales y acróbatas.

Sin embargo, aún siendo niña algo me hacía pensar que la frase encerraba alguna secreta ironía que se me escapaba. Al ver a mi padre ver los noticiarios y leer los periódicos con aire enojado se la oí decir muchas veces. Finalmente un buen día le pregunté por el significado.

Me dijo que equivalía a que él me diera muchos dulces, pasteles y me sentara frente a la televisión para distraerme mientras él se encargaba de desaparecer mi nintendo y todos los peluches de mi cuarto.

Recuerdo haberle replicado que ni el mejor pastel del planeta evitaría que me diera cuenta que se llevaba algo tan importante como mi nintendo. Y él, divertido, me contestó que me sorprendería de lo que puede dejar pasar alguien con la distracción apropiada.

No lo entendí y recuerdo no haberle creído tampoco. ¿Cómo podría no darme cuenta del momento en que mi padre se llevara mis posesiones más preciadas justo frente a mis narices, por más bonita que una película estuviera, por más numerosas y deliciosas que las golosinas fueran…?




El tiempo se ha encargado de cambiar mi incredulidad.

Ahora creo posible eso que siendo niña juzgué absurdo. No sé si es que dejó de ser absurdo, o que ahora tengo más capacidad para aceptar que algunas cosas en esta vida lo son. Juzguen ustedes.

La expresión “pan y circo” (panem et circenses, en su idioma original) se la debemos a un poeta romano, Juvenal, que la acuñó en el siglo I para referirse a la forma en que el gobierno romano regalaba pan (o lo venía muy barato) y proporcionaba espectáculo en el circo romano cuando estaba por adoptar una medida especialmente drástica, cruel, estúpida… o las tres cosas a la vez.

Ya hemos visto que el pueblo romano era especialmente aficionado a los espectáculos, a las luchas a muerte y en general a los entretenimientos que se llevaban a cabo en el “circo romano”. Y ya hemos visto también que mientras el pueblo se divertían viendo como un león especialmente sádico despedazaba humanos, los gobernantes se entretenían en sus juegos de poder y política, tomando decisiones sin que nadie les opusiera resistencia.

¿Creen que esa imagen –el pueblo divirtiéndose con espectáculos y los grupos de poder divirtiéndose más porque eso les garantiza libre campo de acción- aplica en el mundo actual? Desafortunadamente creo que sí.

Y lo más grave es que lo permitimos.

Dejamos que nos entretengan con cosas banales y por eso dejamos de ver los detalles más gordos e importantes.

¿Qué el congreso decidió estudiar una reforma que modifica de manera sustancial los egresos de la nación? ¿A quién le importa? Los presentadores de noticia lo dicen como si fuera un trabalenguas que hay que decir rápido y pasan directamente a hablar del aparatoso homicidio que se cometió en un país europeo.

¿Qué si el índice de reprobación en las pruebas realizadas a maestros de nivel medio superior es vergonzosamente alto? Las televisoras le dan 1 minuto al aire a la noticia para después gastar media hora hablándonos de las palabras exactas con las que Maradona festejó la clasificación de Argentina.

¿Y nos quejamos? No, claro que no, porque al fin y al cabo amamos el circo. En el fondo no hemos cambiado mucho desde las épocas romanas y seguimos prefiriendo ver cómo un león despedaza a un humano (o ver la noticia de cómo en otro país lo hizo) que enterarnos de esas cosas “aburridas” que traen entre manos los gordos hombres de las túnicas blancas (nuestros señores gobernantes, pues :P).

Llámenme paranoica, pero yo no creo que esto sea coincidencia. Si encienden una televisión que está llena de noticias jugosas pero vacías, “circo” sin apenas sustancia que aporte… ¿es casualidad? ¿De verdad los reporteros, esos profesionales de la información, no se enteran que están dándole poca importancia a noticias vitales que definen nuestro entorno y, en consecuencia, nuestras condiciones de vida? Por favor, sus hermanos que se crean eso ¬¬ porque yo al menos no.

Me están ofreciendo pan y circo. Pan para que pueda llevarme algo a la boca y no muera de hambre (al fin y al cabo, así ya no les sirvo) y circo para que me mantenga enfocada en lo que a ellos les interesa que me enfoque... Sólo que yo no lo acepto. A mí me interesa más apartar la vista del espectáculo y tratar de escuchar lo que los miembros de la tribuna alta susurran sobre nosotros.

A mí me interesa más informarme sobre el verdadero estado de mi país, y no sobre el color del nuevo tatuaje que alguna pseudo-actriz se hizo en el trasero (enserio, ¿qué nos importa eso?).

Dicho esto, paso a la pregunta estrella: ¿y si no quiero pan y circo, que hago?

Abrir los ojos. Las señales abundan por doquier y es posible captar lo esencial si se sabe dónde buscar.

Representemos al país como una cabaña en medio del bosque. Nos encontramos encerrados dentro de un cuarto. Y las ventanas que nos permiten ver lo que sucede en el exterior están tapiadas (porque los medios de comunicación pusieron fotos de telenovelas, celebridades y demás noticias inútiles en los marcos). No tenemos idea de lo que pasa afuera. ¿Realmente no tenemos manera de enterarnos? Y si los guías de la cabaña nos dicen que afuera el clima es perfecto… ¿no tenemos más remedio que creerles?

Yo creo que siempre tenemos otras opciones. Sólo hay que estar atentos a las señales y aguzar el oído. Si se escucha estropicio, sonido de ramas cayendo sobre el tejado… obviamente el clima afuera no está tan perfecto como dicen. Si los sonidos de aves tranquilas brillan por su ausencia, si la temperatura empieza a variar sin explicación… sin duda algo pasa. Tenemos sentido e inteligencia para poder atar cabos y darnos una idea.

Una última cosa: ¿verdaderamente vale la pena despegar los ojos del circo? ¿importa tratar de enterarse qué se esconde tras los preparativos, o qué se está gestando afuera del coliseo en el que nos hemos metido? Yo creo que sí. Volviendo al ejemplo anterior, si estamos en una cabaña en medio del bosque y nos aseguran que el clima es perfecto afuera, podemos creerlo, sin más. Sí… pero nos arriesgamos a no estar preparados cuando la tormenta de la que no estábamos enterados se cuele por la ventana y nos empape totalmente. ¿O qué tal si decidimos salir de paseo? Nos vamos a enterar de que no era buena idea ya que hayamos abierto la puerta. Y seguramente, aunque reaccionemos rápido y cerremos aprisa, nos tocará limpiar el gran estropicio que se armará cuando el viento se cuele por la puerta.

Al menos a mí no me gusta vivir a base de pan y circo. No cuando la vida tiene tantas cosas interesantes y maravillosas en las cuales centrar la vista. No cuando el mundo es tan amplio y tan lleno de cosas que no caben en un simple coliseo.

Pero total, lo genial del planeta es que cada cual tiene la capacidad para decidir con qué enfoque vive su vida. Y creo que al final, esa decisión termina haciendo toda la diferencia del mundo.

domingo, 11 de octubre de 2009

Fortaleza

A veces, al contemplar las situaciones denigrantes en que viven algunos, la falta de valores en que son criados muchos otros; en fin, la ausencia de sentido humanitario que a veces parece imperar en el mundo, resisto la tentación de elevar los ojos al cielo y mejor me concentro a mi alrededor. La conclusión a la que he llegado es muy sencilla: si es lógico suponer que el más imponente y aparentemente moderno edificio se desmoronará si no se tomó la precaución de dotarlo de buenos cimientos, ¿por qué pensamos que nuestra sociedad es diferente?

En la búsqueda por entender en qué momento los cimientos de nuestra sociedad se cuartearon, encontré un elemento muy interesante al que me gustaría dedicarle mi atención. Es un valor muy a propósito ahora que hablamos de cimientos: La fortaleza. ¿Y cómo lo definiríamos?

El valor de la fortaleza se ejerce cuando, a partir de una convicción firme, resistimos o vencemos aquellos obstáculos que se oponen a nuestros propósitos positivos y evitan el crecimiento personal. Surge al tener claros nuestros ideales y proyectos personales y nos da energía para conservarlos y defenderlos.

El humano se distingue entre el resto del reino animal por su capacidad de pensar y yo me atrevería a agregar, soñar. Esa maravillosa capacidad se convierte en un arma de doble filo, pues mientras que puede ser una bendición cuando se ejerce con plenitud, puede llegar a envenenar al alma si simplemente se deja de lado. Por una sencilla razón: es imposible que no deje en nosotros –aunque a nivel inconsciente, lo cual es a veces mucho más perjudicial- la certeza de que somos capaces de mucho más de lo que ahora estamos haciendo. Y la imposibilidad de cambiar eso puede llegar a quitarle el sueño al más próspero.

Y aquí precisamente, en medio de imprecisas divagaciones, entra el valor de la fortaleza. Como ya mencioné, opino que los mejores rasgos del ser humano derivan de su capacidad de razonar, imaginar y soñar. Sin embargo, ocurre que a veces nuestra sociedad impone cánones que seguimos sin más, sin cuestionar si realmente van de acuerdo a nuestras ideas o nuestros proyectos.

Y es de ahí precisamente, de esa grieta producida por el obrar sin cuestionar o tener en cuenta nuestras aspiraciones, que se produce una reacción en cadena que termina ocasionando reacciones catastróficas.

Si bien todo humano tiene –o ha tenido- una aspiración por la cual se ha sentido alentado a vivir, ver esa misma ilusión frustrada -por el motivo que sea- deriva en sentimientos de amargura y resentimiento que es bien sabido, engendran a su vez otros sentimientos y acciones que no podrían calificarse como deseables.

Sin embargo, lo peligroso viene cuando llegamos a convencernos de que ese sentimiento desgarrador de desilusión es normal. En una sociedad repleta de seres que están acostumbrados a enterrar sus ideales por ser poco realistas, por miedo al que dirán, por temor al rechazo que implica el ser diferente; en fin, por mil y un motivos que no vale la pena mencionar, es realmente difícil reaccionar y percatarse de que ese sentimiento no es normal. Nuestros principios democráticos juegan en nuestra contra por esta vez, ya que es bien sabido que tendemos a aceptar lo que diga la mayoría como lo mejor. O lo verdadero.

Sin embargo, creo que pocas veces nos detenemos a pensar en lo perjudicial que resulta ser “democrático” en esta ocasión. Porque, y aunque un dicho popular sostiene lo contrario, la miseria colectiva no alivia el dolor. Sólo lo hace más soportable.

Hay una cosa que yo llamo “felicidad pirata” y debe su nombre, por supuesto, a la similitud que guarda con esa práctica tan de moda en México. Adquirimos algo a un precio “más barato” y al principio nos parece que no hubo diferencia alguna con el artículo original del que fue reproducido. Después, en la mayoría de los casos, solemos darnos cuenta de que pensar ello es un error, pero también en la mayoría de los casos, lo más común es dejar pasar el hecho pensando que al fin y al cabo la compra nos proporcionó un placer (aunque fuera temporal) y que ya tendremos ocasión de adquirir un bien original o en el peor de los casos, otro “pirata” y provisional. Pero… ¿y si en vez de un par de tennis o un disco compacto estuviésemos hablando de nuestra vida? ¿Pensaríamos lo mismo?

La felicidad pirata es, a mi forma de ver, ese sentimiento de satisfacción que alcanzamos cuando realizamos acciones que si bien no se apegan a nuestros verdaderos deseos, si resultan más atractivas, fáciles o convenientes en el momento. ¿Quién ha escuchado alguna vez del hombre que quería con toda su alma ser pintor pero que al final terminó convertido en vendedor de seguros? Creo que todos, y no me parece que sea coincidencia; es el clásico cuadro que enfrenta el deseo y la aspiración “irrealizable” contra una opción de vida si bien menos atractiva, más “conveniente” y poco riesgosa. Aplausos de la multitud cuando el chico se deja convencer de lo inmaduros que son sus deseos y decide “sentar cabeza”.

¿Qué se ganó la sociedad con su decisión? Pues un hombre con estabilidad monetaria y seguridad en su futuro. ¿Y qué perdió? Nadie lo sabe. Probablemente un artista de poca monta que algún día se habría arrepentido de no seguir los consejos de su abuelo...

... O tal vez un Picasso...

Pero lo más terrible que perdió es un hombre que tenga la paz de espíritu para decir: "hice todo lo que podía".

Si estos pensamientos permanecieran latentes en nuestro subconsciente y sólo afloraran, como nos dicen las películas hollywoodensenses, en nuestro lecho de muerte, sin duda no tendrían mayor consecuencia que quitarnos la paz en nuestros últimos instantes de vida. Pero si, como sospecho, van exteriorizándose gradualmente poco a poco de forma casi imperceptible a lo largo de nuestra vida, entonces para mí de pronto tienen sentido todos aquellos dependientes que sistemáticamente (y no sólo por el estrés de un inusual mal día) insultan a sus clientes; de pronto entiendo porque hay tanto camionero que maldice cuando nos acercamos a sus vehículos, porque hay tanto médico que parece valorar más el cheque que recibe a fin de mes que la vida del paciente entre sus manos...

De pronto todo cobra sentido: estas personas no aman sus profesiones. No aman lo que hacen con sus vidas. ¿Y a qué se debe eso? A que escogieron probablemente la opción sencilla, lo más remunerador, lo que les aconsejaba todo el mundo… un mundo que no iba a estar ahí para ayudarles con sus deberes una vez que aceptaran el rol.

Sinceramente creo que un humano en esa situación goza de una felicidad o comodidad “pirata”. Y entre más tiempo tarde en advertirlo y sobretodo, en decidirse a corregirlo, más difícil será para él, mayor la carga de amargura y mayores las actitudes negativas que puedan desprenderse de ello.

Por supuesto, en toda esta teoría habría una objeción que hacer: ¿qué ocurre cuando las mayores aspiraciones de un humano atentan deliberadamente contra otros? ¿Seguiré diciendo que habrá que evitar disuadirlos de seguir sus sueños por temor a fabricar adultos frustrados? De ninguna manera. En esta historia también hay una limitante, y esa es la libertad de los demás. Pero vamos, incluso para la tarea de encauzar sanamente las aspiraciones de alguien, nada mejor que un ser humano versado en la materia. Es decir, ¿cómo puede un hombre que jamás pudo sortear determinado obstáculo instruir a otro en el reto de hacerlo?

Lo que yo propongo es que le pongamos fin a esa cadena viciosa: que le demos más importancia a nuestras dotes de análisis y meditación; que le demos una nueva oportunidad a nuestro espíritu de niño, ése que no acepta solamente un “no puedes” sino que se ocupa de averiguar el “por qué” no se puede.

Pienso que nuestro potencial es infinito y que las únicas barreras que lo aprisionan son las que nosotros mismos nos hemos encargado de levantar. Si ya hemos demostrado que somos diestros en el arte de erigir murallas, ¿por qué no intentar crear una en base a nuestras convicciones? Cierto, vivimos en una sociedad que dicta reglas, impone modas, dirige, distingue, condena…pero, ¿por qué detenernos en esa parte de la frase si podemos recordar que un miembro activo de la sociedad es el individuo que nos mira diariamente a través del espejo y que su opinión también cuenta muchísimo, sobretodo en nuestra propia vida?

Un humano más pleno obviamente vive más feliz, y estoy convencida que la falta de atención a los valores se deriva de un desinterés nacido precisamente de la infelicidad.

Me encantaría que la solución a los problemas de la sociedad fuera sólo esa. Pero aún cuando lo fuera estoy convencida de que hace falta mucho trabajo para remediarlo. Yo empezaré por luchar por mis ideales, para llegar a ser lo suficientemente fuerte como para no desalentarme a la primera y en vez de eso levantarme de un “fracaso” con más pasión que antes, con más entrega.
Promoviendo la fortaleza en mi corazón, y logrando que eche raíces profundas, es la manera más segura que tengo para, algún día, arrancar un brote de ella y tratar de sembrarla en el corazón de alguien más.

Y así tal vez, sólo tal vez, podamos lograr iniciar una nueva cadena que termine con las actitudes negativas que hoy por hoy merman lentamente a nuestra sociedad.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Cuestión de engranaje

Hace poco un amigo escribió en su blog que las mujeres somos muy exigentes cuando se trata de hombres.

Que si tenemos uno guapo queremos también que sea inteligente, y que si tenemos un guapo e inteligente nos parece que le hace falta ser simpático... y que si nos topamos con un guapo, inteligente y simpático siempre le podremos poner el pretexto de que no es romántico, que ve demasiado futbol, que tiene demasiadas amigas (:P), etc, etc.



Y tengo que decir que es cierto. No conozco mujer que no se haya sentado a escribir una lista de atributos que deseara encontrar reunidos en un hombre. Y les cuento que, junto a esas listas, la carta que los niños pequeños le hacen a Santa se queda muuuuy corta :P

Aquí la cuestión es: ¿me parece mal que hagamos esa lista? No

Lo que me parece mal es la forma en que elegimos los atributos que la conforman.

Con frecuencia nos deslumbra el más guapo, el más listo, el más simpático, etc., y creemos que si tuviéramos la suerte de tener un espécimen así en nuestras vidas seríamos muy felices. ¿Pero realmente es así?

La mayoría de las veces no.

Y aquí va mi razón para no creerlo: Todo es cuestión de engranaje

Situación: Voy a una tienda de engranes y veo muchos, de todo tipo. Sobre el mostrador, en primera fila, veo uno de oro, con cubierta pulida y con una figura artísticamente diseñada. Todos en la tienda lo están admirando. Decido que lo quiero y lo compro sin volver a echar una mirada a los demás.

Total, ya que llego a la casa reacciono y me entero que al engrane lo compré para hacer funcionar un mecanismo que tengo en mi casa… pero resulta que no embona. Resulta que por más bonito que esté su diseño no es compatible con la maquinaria. Resulta que por más cubierta de oro que tenga, por más moderno que sea, sencillamente no me sirve. Y ya lo compré.

Claro, lo que tengo que hacer es regresarlo, pero en ese proceso va a haber penalización, voy a tener que volver a hacer el viaje a la tienda y ponerme a buscar uno nuevo. Voy a perder tiempo maldiciendo porqué no me fijé antes. En pocas palabras, la voy a pasar mal.

(¿Les suena?...)

En fin, que voy de regreso a la tienda, devuelvo al engrane y me concentro en buscar otro. Ahora vengo preparada, ya que dibujé mi maquinaria y tengo idea de qué forma debe tener el engrane que necesito. El elegido resulta ser uno que está un poco oxidado y tiene forma rara; uno que a simple vista nadie elegiría. Pero cuando lo llevo a mi casa y lo inserto, hace que el mecanismo empiece a girar con una armonía perfecta.



En las relaciones pasa casi lo mismo. Escogemos en base a lo que creemos que está bien e incluso nos dejamos aconsejar por otros sobre lo que nos conviene o no. Pero la verdad es que todos somos una “maquinaria” única que necesita determinado tipo de engrane en su vida. No el más bonito, no el que todos quieren, no el que se supone que debería comprar… sino sencillamente el que hace que las cosas giren para mí.

Claro, y tal y como pasó en la historia en la que para poder dar con el engrane adecuado hay que conocer la maquinaria para la que lo estamos buscando, de igual manera tenemos que conocernos primero para saber qué tipo de pareja necesitamos.

No todas vamos a ser felices con un fiestero, no todas con uno que sea de muy pocas palabras… va a depender de cada quien.

Gracias a dios, el mundo es bastante grande y hay para todos :P

Insisto, no estoy en contra de que las mujeres (ni los hombres tampoco, ya que estamos) hagan su lista y se pongan exigentes a la hora de escoger pareja. Adelante, siéntense y escriban todo lo que les gustaría en una persona… pero les pido que analicen si realmente esos atributos los harían felices, o sencillamente se están limitando a describir a la “pareja perfecta” que pintan en las novelas y que nada tiene que ver con ustedes.

Al final, lo que importa es ser felices.

¡Así que "engránense" con aquel que realmente haga girar sus vidas!

martes, 6 de octubre de 2009

El inicio

Imagínense la escena: Están en un velero, enmedio del mar, sin más compañía que la más feroz de las tormentas... el mastil se tambalea peligrosamente, las olas se elevan furiosas a su alrededor, la pequeña embarcación se mueve a los caprichos del viento...

... pero en ese momento caótico en lo que todo alrededor está al revés, ustedes sólo escuchan calma. Como si alguien hubiera bajado el volumen al mundo. Como estar dentro del ojo de un tornado, viendo su fuerza descomunal, pero sin llegar a ser tocado por sus efectos.

Así es como se siente escribir para mí.

Por más revuelto que esté mi mundo, por más cosas que llenen mi cabeza... cuando me siento a escribir todo se queda en paz por un segundo.

Luego pasa el tiempo y a veces, cuando releo lo que escribí, pienso que las palabras no tienen coherencia. Y sin embargo, también soy capaz de recordar que mientras las escribía para mí tenían todo el sentido del mundo. Es una sensación de lo más contradictoria. Y de lo más apasionante también.

Y si las cámaras fotográficas son capaces de retratar con toda precisión el exterior de las personas, los escritos retratan con la misma fidelidad el interior. A veces incluso mucha más...

... Así que bienvenidos a esta galería ^^




P.D: Saludos al "instigador", ese misterioso bloggero que vino a ser el causante de que en un arranque creara este blog (ya saben lo que dicen, a alguien hay que echarle la culpa :P).