domingo, 6 de marzo de 2011

Presunto Culpable

Hoy vi Presunto Culpable. Ahí les va un reto: eviten soltar un “Hijo de putaaaaaaaaaaaaa :@!!” con cierta regularidad durante la película. Yo al menos no pude, y eso que me la doy de muy correcta con el lenguaje :P

Hablando de retos más serios, esta película me puso a pensar varias cosas, pero las más importantes son cuatro:

1) La injusticia existe en mundo. Y es culpa de todos. De los que mienten y engañan para joder al otro… y de los “buenos” que callamos aunque esté sucediendo en nuestras narices. Al ver Presunto Culpable pensé mucho en una película de Disney (no se rían!! :P) “Bichos”; donde nos cuentan la historia de miles y miles de hormiguitas que viven sometidas por un grupo de saltamontes hasta que una (juzgada de loca, por cierto :P) se atreve a señalar que ellos son más fuertes y que en el momento en que verdaderamente decidan ser libres, lo serán. Y gracias al juez de la historia por hacerme pensar en esta metáfora; si su cara y sus expresiones no me hubieran recordado sobremanera al saltamontes líder de “Bichos”, jamás habría hecho la conexión. Sobre ese respetable caballero no tengo nada más que agregar.

2) Preocuparse por lo malo que pasa en el mundo es bueno, ocuparse para arreglarlo es mucho mejor. Reconozco con toda humildad que yo no habría tenido los pantalones para hacer lo que los creadores de este documental hicieron. Pero sí tengo valor para cosas más pequeñas. Sí tengo valor para tratar de evitar juzgar culpable a alguien en mi vida diaria sin tener mayores pruebas. Sí tengo valor para tratar de ser justa con los que me rodean. Y creo que todos lo tenemos. Aquí la pregunta más relevante sería: “¿Nos da la gana utilizarlo?”

3) “Una buena acción es una lección insolente para los que no tienen el valor de ejecutarla…”. Habrá quienes digan al ver este documental: “y qué?? Acaso cambia algo ver esta película? Es algo que ya sabemos!” Sí, algo que pasa con penosa frecuencia. No deploro totalmente al sistema de justicia, estoy segura que en algún lugar debe haber personas que se preocupan verdaderamente por hacer bien su trabajo. ¿Pero cuántos son? ¿Menos o más? Por no saber, porqué no aumentamos ese número?? Yo no soy jueza ni abogada ni lo pienso ser nunca :P pero sí planeo ser muy buena en lo que hago y no dejarme llevar por el “ahí se vaaaaa”. Y quizá de esa manera sirva de ejemplo para que alguien, aunque sea por vergüenza, trate de hacer mejor las cosas.

4) Rafael Heredia rulesssssssss!! Dios, esa es la )$)%)$ actitud!! Me he enamorado de ese canijo abogado defensor :P (seeh, seeh… esto es algo frívolo :P pero bueno, después de tanta seriedad no viene mal :D)

miércoles, 2 de marzo de 2011

La sabiduría de un niño

Espero a que me atiendan en DHL. La fila es eterna (están entregando visas) y no avanza (el sistema está caído). Los dependientes batallan para contener a las personas que se están poniendo cada vez más malhumoradas. Me estoy empezando a enojar también… y de repente noto a la niña que está junto a su madre justo atrás de mí.

La veo recorrer el lugar señalando emocionada a su madre cada cosa.

“Mira mami, miraaaaa!! Se lleva todos los paquetes y los desaparece por esa ventanita!! A dónde van??”

“A otros países” (responde la mamá con un humor de perros).

Obviamente la niña parece fascinada ante la perspectiva. Se maravilla de la pluma que está sobre el mostrador y que tiene un complejo resorte que la devuelve a su lugar sin importar con cuanta brusquedad la deje caer el cliente (y eso ocurre muy a menudo).

Señala sin cansarse ese y mil detalles, como el avión de papel sobre nuestras cabezas que se mueve con las ráfagas de viento que los clientes hacemos cada vez que intentamos ventilarnos en este aire cada vez más viciado…

Señala tantas cosas que me doy cuenta de algo muy sencillo: tengo una hora parada aquí, pensando que estoy perdiendo 60 minutos de mi día en una fila interminable… pero una niña que tiene un sexto de mis años ha encontrado un uso mejor para ese tiempo: se está divirtiendo. Divirtiéndose en lugar de preocuparse ante el hecho de que la fila no tenga para cuándo terminarse.


Le doy un ligero golpecito al avión de papel sobre mi cabeza y la niña me sonríe cuando nota que ha empezado a girar en todas direcciones.

Dios, qué fácil es hacer feliz a un niño!! ¿Cómo es que creemos entonces que nosotros los adultos somos los sensatos?

jueves, 24 de febrero de 2011

Encuestas de opinión

Me llaman por teléfono. Es un muchacho del DF que se encarga de realizar encuestas de opinión. Me pregunta si tengo unos minutos para contestarle unas preguntas sobre mi percepción económica del país, que será muy sencillo, que únicamente tendría que contestarle “Sí” o “No”.

Hombre, por supuesto. Me acomodo mejor y lo escucho de buena gana… al principio.

Sus preguntas empiezan a molestarme casi instantáneamente:

“¿Está usted de acuerdo con el político X en que el gobierno debe adoptar medidas para mejorar el nivel de vida de la población?” Sí o No? “Vaya, pues sí, obviamente sí”.

“Está usted de acuerdo con el político X en que se adopten medidas para evitar la evasión fiscal?” Pffff, Sí. Por supuesto ¬¬

“Está usted de acuerdo con el político X en que…”

Y ahí le interrumpí.

Oye, te he contestado varias preguntas, ahora tú contéstame algo a mí: ¿Esta encuesta es para darle publicidad al político X??”

Me lo negó ofendido. Y como si yo fuera una alumna de preescolar especialmente cabeza dura, me deletreó que ya anteriormente me había explicado que la encuesta tenía como objetivo pura y exclusivamente el conocer opiniones sobre la situación económica del país.

“Pues no me parece que me estés preguntando mi opinión” –le repliqué, incapaz de contenerme- quiero decir, oye tus preguntas. Prácticamente me estás diciendo: “esta es la respuesta, dígala”.

Y según él no, yo era perfectamente libre para decir “No” ¬¬

Me mordí el coraje y por pura educación le dejé que continuara.

“Está usted de acuerdo con el político X en que…”

Sabes qué, basta –le espeté secamente- he decidido ejercer mi derecho a verdaderamente dar mi opinión. Y opino que tu encuesta no sirve. Ya no deseo seguir contestando tus preguntas. Que tengas un buen día…

Esta experiencia me despertó muchos sentimientos encontrados. Por un lado… wow, que bien se siente mandar a alguien al diablo cuando se tiene un buen motivo!! Tal vez las convenciones sociales digan que mi deber era escuchar hasta el final, por más absurda que me pareciera la “encuesta”, y que al final no importaba… pero va a resultar que no me dio la gana e hice justamente eso que me placía. Y estoy consciente que es muy fácil para ellos encontrar a otra persona que de buena gana les suelte los “Sí” que necesitan. Pero vaya ser que no me dio la gana que fueran los míos. Y se sintió fenomenal.

Por otro lado, me puse a pensar en lo triste de estas encuestas. No generalizo, ni digo que todas sean de esta forma, pero si mañana o pasado nos muestran por televisión nacional “los resultados oficiales” de la encuesta “de opinión”… pues entonces no se extrañe usted que nos digan algo así como:

“El 98% de los mexicanos está de acuerdo con el político X, en materia de economía…”

Pffff!! Juay de Rito??? Juay???

domingo, 16 de enero de 2011

Cat's history

De repente me da por releer historias viejas y artículos confusos que suelo escribir en hojas sueltas. Hay días en los que me parece divertido leer lo que escribí en un momento de coraje, tristeza o alegría extrema sobre un suceso que hoy por hoy me despierta sentimientos muy distintos.

Y usualmente, después de esas lecturas, me da por escribir alguna reflexión :P el día de hoy, por perezoso que pudiera sonar, sólo me ha dado por compartirles la narración (más o menos) fiel de una cosa curiosa que me sucedió hace unas semanas. Y de antemano les pido una disculpa por no tomarme la molestia de impersonalizarlo... pero creo que en algunas ocasiones es mejor así...


"Dicen que todo en esta vida pasa por algo. Y confieso que hay días en los que lo dudo con toda mi alma… pero también tengo que aceptar que la mayoría de las veces estoy totalmente de acuerdo.

Ayer le hablé por teléfono a... (nombre omitido para proteger la identidad de la persona :P) y supongo que precisamente por estar concentrada en esa llamada tenía la vista fija al frente. Fue así como noté que había un gato asomado a la puerta, un gato con un collar que miraba con insistencia hacia adentro. Me levanté con el celular todavía pegado a la oreja y abrí la puerta. El gato retrocedió unos metros dispuesto a irse… y no sé qué me hizo tratar de evitarlo y llamarlo. Increíblemente el gato me hizo caso y se acercó. Me dejó tomarle el pelaje (increíblemente suave, por cierto) e incluso me aceptó la invitación y pasó por delante de mí cuando lo llamé para que pasara.

Colgué a... la persona... y me dediqué a leer su collar. Ahí estaba escrito su nombre, “Toby”, y un número. Al principio creí que era una especie de clave o algo por el estilo, después San Google me ayudó a entender que se trataba de un número telefónico de Arizona. Como no soy ninguna entrometida, llamé. Después de varios timbrazos me contestó la voz de un hombre, que percibí cansado y de cierta edad. Le informé con mi pésimo acento que le llamaba porque tenía a su gato. Tardó unos segundos en comprenderme y luego soltó un “Oh, my GOD!! Do you have my caaaat?” Le contesté que sí, le describí a Toby y se quedó sorprendido. Me contó que lo había perdido hacía mucho tiempo, que él estaba ahora en Arizona (obviamente! :P) y preguntó esperanzado si yo iba a esa ciudad muy seguido. No, desgraciadamente no. Entonces me dijo que el gato tenía mucho tiempo lejos de él. Y luego con insistencia me preguntó si Toby estaba bien cuidado. Le dije que sí. Y era verdad, tenía el mejor aspecto que jamás había observado en un gato. Él de repente me preguntó si no querría quedarme con él. Con voz nostálgica me explicó que era un gatito de lo más amoroso. Yo estuve de acuerdo, me había dado cuenta en apenas unos minutos. Cuando le pregunté si él no podía regresar por Toby, me contó que no, que estaba muy enfermo… de cáncer y que ya no podía viajar. Se me hizo un nudo en la garganta y por un instante mis sentimientos traicionaron al tono de mi voz. Supongo que notó mis ganas de llorar. Le dije que le prometía que el gato iba a estar bien, y que le deseaba mucha suerte. Me agradeció la llamada de una forma sumamente amable.

Cuando colgué las lágrimas me corrieron incontrolables por las mejillas. Me senté en el suelo y me puse a acariciar al gato, quien me miraba directo al rostro con sus grandes ojos amarillos, como si quisiera preguntar qué ocurría. No sabía, pero no podía controlarlas. En ese momento me sentí la persona más inútil del mundo por no tener un maldito pasaporte que me permitiera tomar ruta hacia Arizona y devolverle un gato tan dulce a ese pobre hombre. Así estuve un buen rato sin saber a ciencia cierta qué hacer. Pero luego me acordé que le había prometido a este hombre que Toby iba a estar bien, así que me levanté. Todavía no sabía qué hacer con él, pero imaginé que ya se me ocurriría algo. Me propuse llevarlo a mi casa.

El caso es que Toby se resistió mucho cuando lo cargué para subirlo al carro. Incluso en ese momento, cuando por fin conseguí cerrar la puerta, maullaba incontrolablemente. Lo dejé encerrado en lo que regresaba a la oficina por mi bolsa y lo vi moverse inquieto entre los asientos, sin dejar de maullar. Cuando abrí la puerta de nuevo para subirme, se bajó de un ágil salto y echó a correr. Lo seguí como pude, pero él fue más rápido y fue a refugiarse tras la cerca del colegio que hay frente a la oficina.

Yo lo llamé un buen rato pero Toby no estaba por la labor de atender. Empecé a desesperarme y a ponderar los riesgos, y también a pensar en las excusas que podría ofrecer a la policía cuando me encontraran invadiendo propiedad privada en medio de la noche… ¿me creerían si les dijera que no quería robar nada, sino recuperar a un gato desconocido
para buscarle un hogar? No, la verdad no. Seguí llamándole y de repente se acercó lo suficiente para que pudiera acariciarlo a través de la cerca. Metí las manos como pude y lo jalé del collar mientras él pegaba las uñas al piso, poco dispuesto a dejarme moverlo un centímetro. Lo intenté varias veces, pero a la tercera que lo jalé de una manera poco delicada se retiró de un salto y me dio la espalda con una mirada resentida. Cuando se echó en medio del patio dándome la espalda supe que ya no volvería a acercarse. Me subí derrotaba a mi carro.

Durante el trayecto de vuelta a mi casa lloré inconsolablemente. Ahora que puedo verlo con un poco más de claridad me doy cuenta que en ese momento no lloraba por el gato en sí, sino por lo que representaba. Un hombre está enfermo, tiene una mascota perdida, yo la encuentro. Lo lógico sería que estuviera en mi poder llevárselo… pero por cuestiones burocráticas, por no poseer un estúpido papel para poder cruzar una estúpida cerca, por limitantes de tiempo, por compromisos de trabajo, por pereza, por lo que sea… nunca se lo iba a regresar. Y el hombre lo había entendido y aceptado antes que yo, se había despedido de él, había aceptado lo inevitable y en lugar de amargarse se había conformado con que su gato estuviera salvo y feliz.

¿Es que así funciona el mundo? ¿Uno tiene que resignarse a que las cosas son como son? Y yo, que soy tan idealista… hasta yo me rendí. Tuve que rendirme y aceptar que así eran las circunstancias.
Esa derrota fue muy dolorosa.

Tardé, pero luego entendí que la vida nos ofrece lo que hay y uno debe verle el lado positivo. Ese hombre aceptó un mal diagnóstico, y también la imposibilidad de volver a ver a su mascota… y se dio su tiempo para reír en el teléfono. Para estar agradecido y para ser sumamente amable conmigo.

Creo que Dios me mandó esta lección de esta forma para que nunca la olvidara. Para que supiera cómo se siente “tener la posibilidad” de hacer algo, y aún así aceptar que a veces las cosas son como son. Que a eso no siempre se le llama “derrota”, sino “madurez”...

Ahora, por ejemplo, comprendo que mi primer impulso de llevarme al gato había sido un error. Investigué y resultó que ya tenía nuevos dueños; habría sido una crueldad mayor separarlo nuevamente de los niños que ahora son sus amos… pero no lo vi antes. Creo que el gato fue más sabio que yo"


Sí, se que probablemente sea un relato absurdo. Una cosa trivial de la que hice una tormenta. Pero muchas veces pienso: si uno no aprende y se hace el filósofo con los detalles, ¿entonces con qué?

lunes, 2 de agosto de 2010

Publicidad engañosa

¿Quién no sintió alguna vez que le dieron “gato por liebre"? ¿Que compraron un producto después de que el vendedor les hablara maravillas de él, y nada más llegar a su casa se empezó a desarmar? ¿Quién no hizo el coraje de su vida porque trató de devolver un artículo defectuoso que parecía excelente… y se topó con un letrerito de “No hay devoluciones?" Y todavía peor, cuando trató de hablar con el vendedor, hasta terminó escuchando un “Ya lo compraste, ya te fregaste”.


A mí me ha pasado, y no es agradable. Más que perder mi dinero, siempre me molesta la sensación de que me estafaron, que se burlaron de mí… que el vendedor sabía perfectamente lo que me estaba vendiendo y lo disfrazó astutamente para que yo no me diera cuenta hasta que fuera tarde.

Estoy segura que todos sabemos lo que es eso, y que el coraje contra el vendedor nos dura un buen rato… que en nuestras manifestaciones de molestia solemos acordarnos de la madre, padre, abuelos y antepasados del sinvergüenza en cuestión. Y también sé que muchos de nosotros juramos por todo lo que nos es sagrado que jamás, JAMÁS, vamos a volver a poner un pie en esa tienda.


... Pero generalmente no pasa de ahí. Nos vamos a otra tienda, compramos un producto que sí funcione… y ya, problema solucionado. Aparte del coraje y el dinero perdido, no hay otra cosa que lamentar.

Pero...



¿Qué pasa cuando esta mala experiencia nos ocurre con cosas más “serias”? ¿Con cosas que no tan fácilmente podemos tirar a la basura y reemplazar por otras? ¿Qué pasa cuando sufrimos esta situación… con personas?

Estoy segura que todos lo hemos visto pasar también. Un par de personas que en un inicio se llevaban maravillosamente bien, un buen día ya no se soportan. La conclusión a la que se suelen llegar ambos es que el otro “cambió”. Y ahí es cuando escuchamos las frases típicas: “De veras que has cambiado… ¡ya no te reconozco”, “si tú no eras así”, “pero mira nada más cómo se te ha puesto el carácter” “de haber sabido en lo que te ibas a convertir, ni loco te habría aceptado."

Yo pienso que no es que la gente cambie, sino que deja de lado la “Publicidad engañosa”.

Cuando recién conocemos a alguien tratamos de agradarle, mostramos nuestro mejor ángulo, omitimos lo negativo y tratamos, en general, de reprimir todas las malas reacciones...


... Estamos vendiendo, pues!! Tal como un vendedor en cualquier tienda, nosotros nos esforzamos mucho en lograr que la otra persona nos "compre"... y cuando alcanzamos nuestro cometido, alguna parte de nuestro cerebro nos dice: “listo, misión cumplida” y entonces… pues ya de pronto no vemos tan necesario seguir haciendo campaña publicitaria. Ya no nos esforzamos por ocultar aquellos defectos por miedo a que la otra persona salga corriendo… nos sentimos seguros porque ya compró... y ya no hay devolución.


Parece broma, pero no lo es. Y si me preguntan a mí, esta estrategia es PÉSIMA, porque al actuar así estamos engañando DELIBERADAMENTE a una persona. Si le mostramos sólo nuestra cara agradable, le estamos impidiendo que elija teniendo a la mano toda la información.

Pregúntense: si ustedes fueran a una tienda y les dijeran "te vendo este producto. Sí, es muy bonito y tiene muchas ventajas... pero te advierto que también corres el riesgo de batallar mucho con él porque es sumamente volátil. Y en condiciones adversas suele descontrolarse terriblemente. También te advierto que necesitarás comprarle muchos accesorios para que siga funcionando bien..." bueno, probablemente pensarían "este vendedor no quiere vender"... pero también es cierto que, si decidieran de todas maneras comprar el producto, cuando empiece a tener esas "fallas" que les anticipó, no se sentirían estafados porque desde el principio sabían lo que estaban comprando.


Y ese precisamente es mi punto.

Todos tenemos defectos. TODOS. La mayoría nos esforzamos en trabajar en ellos y minimizarlos... pero la verdad es que hay algunos que, bajo ciertas circunstancias, siempre saldrán a la luz sin que podamos evitarlos porque de alguna manera son parte de nuestra esencia. Yo, por ejemplo, siempre he sido caprichosa. Me gusta salirme con la mía. Unas veces no lo logro, lo acepto, pero siempre intento utilizando desde los métodos más sutiles hasta los más elaborados. Y es parte de mi naturaleza. Tal vez intento refrenarme, pero sale a relucir en pequeños detalles cotidianos que, sin ser pesimista, creo que nunca podría ser capaz de eliminar del todo.

¿Qué pasaría entonces si yo, deliberadamente, me esforzara por ocultar este defecto ante alguien que acabo de conocer? Muy posiblemente tendría éxito. Pero a la larga, con la convivencia y el trato diario, la persona se daría cuenta que soy caprichosa. Y si esta persona en cuestión ABORRECE este defecto... pues ya tendríamos un problema, porque yo le impedí que lo supiera desde un principio. Y tal vez, de haber tenido ese conocimiento, hubiese preferido mantener una buena distancia.

No digo que un solo defecto nos convierta en personas despreciables. Pero sí creo que todos tenemos ciertos estándares a la hora de decidir con quién relacionarnos. Repito, no se trata de que unas personas sean mejores que otras, sencillamente se trata de elecciones personales porque al fin y al cabo, todos los humanos somos diferentes. Es como los gustos en comidas: yo detesto el aguacate cuando muchas personas lo aman. A mí me fascinan las guayabas y mi papá no las puede ver ni en pintura. ¿Y significa eso que el aguacate sea malo o que las guayabas lo sean? No, sencillamente significa que mi padre y yo tenemos gustos diferentes.

De la misma manera, un "defecto" como la terquedad puede ser "soportable" para mí, pero inaguantable para alguien más. ¿De qué depende? De la forma de ser de cada persona.

Precisamente por esa variedad de pensamiento, es que creo que debemos ser honestos desde un principio. Lo más correcto es mostrarnos tal y como somos desde el comienzo, aún a riesgo de "caer mal", para que la persona que tenemos delante sepa a qué atenerse con nosotros.


Por supuesto, no digo con esto que nos lancemos a ser odiosos y olvidemos las más elementales reglas de civilidad... pero sí que no tratemos de fingir que somos "sensibles" si las cosas románticas nos importan un pimiento, por ejemplo. Se trata de ser sinceros y mostrar exactamente “lo que hay” desde un principio.


Siempre es más cómodo echarle la culpa al otro… pero yo opino que no se trata de escudarnos en el "debiste darte cuenta cómo era yo, no creí que estuviese ciego(a)"... se trata de hacernos justicia y verdaderamente "promocionar" lo que somos. Ser AUTÉNTICOS. Expresar con libertad lo que nos gusta y lo que no nos gusta, los mil detalles que nos conforman como persona... y dejar que los demás decidan si nos quieren en sus vidas.


Así, cuando atravesemos por esas circunstancias difíciles en las que se caen las máscaras y nos mostramos tal y como somos en realidad, no va a haber sorpresas. No va a haber reclamos del tipo "¿de dónde rayos te salió ese carácter tan malo?", "¿cómo que no toleras estas películas si a ti te encantaban?".


Vamos dejando de lado la "Publicidad engañosa"; es sano para nosotros (no viviremos "con el Jesús en la boca" temiendo que descubran la verdad), y es mejor para nuestros "clientes", que no se van a sentir timados (y furiosos) después :P

domingo, 11 de julio de 2010

Celos

Hace ya algo de tiempo me nació la incógnita. No viene al caso mencionar la ocasión exacta, ni los implicados... pero lo cierto es que un buen día me encontré preguntándome si acaso era bueno celar a nuestra pareja.

Para mí la respuesta obvia era "No", porque si hay dos cosas que valoro especialmente en una relación son la confianza y la libertad. Y a mi punto de vista, los celos pasaban por alto a ambos.

Recuerdo habérselo expuesto así a cierta persona (que de nueva cuenta es protegido por el anonimato :P) y su respuesta me dejó helada: "Los celos son malos, cierto... pero no celar en absoluto, eso también es malo. Me habla de desinterés".

¡¿QUE QUÉ?!

A ver, momento!! Entonces... ¿no hacer escándalo cuando se van con sus amigos a quién sabe dónde porque necesitan "tiempo entre hombres", aceptar que tengan muchas amigas (y algunas que les demuestran su cariño muuuy seguido), no indignarnos cuando demuestren que son suceptible a la belleza femenina que está a su alrededor... ¿eso es "desinterés"?

Pttt, confieso que esa idea me pareció sumamente absurda. Pero el tipo en cuestión me lo dijo con una seguridad tal, como si me estuviese contando una "verdad obvia", que me sembró la duda de si acaso no serían más las personas que tuvieran esa percepción.

Entonces empecé una mini-encuesta: "¿Es bueno celar a tu pareja? Argumenta tu respuesta".

Las respuestas me dejaron abrumada. La inmensa mayoría coincidió: "Los celos son malos... en exceso. Una ausencia de ellos también es fatal, porque tu pareja lo percibe como que te vale un pimiento"

Confieso que no lo podía creer. ¿De verdad alguien necesita que le arme un tango porque su amiga lo abraza? ¿O porque tiene una vida (que no sólo gira en torno a mí) y decide que quiere pasar el sábado con sus amigos? ¿hacer estas cosas demuestra mi "interés"?

Creo en la democracia, pero por esta ocasión decidí ir contra la mayoría. Yo no estoy a favor de los celos.

No me malinterpreten, eso no quiere decir que no los sienta. Al contrario. Paradójicamente, admito que soy una criatura absolutamente celosa.

Pero... creo que el hecho de luchar una batalla contra los celos, sea cual sea nuestra naturaleza, vale la pena si realmente amamos a la persona con la que estamos.

No sé ustedes, pero a mí me parece más "fácil" armar un escándalo si de repente me topo con que el hombre que tanto me interesa aparece frente a mis ojos con una mujer desconocida colgada del brazo. Y es más fácil porque es mi primera reacción. Seguir los impulsos siempre es sencillo.

En cambio, dominarme, serenar el enojo y tratar de pensar, de conceder a la persona el beneficio de la duda... eso no lo es. Es condenadamente complicado. Sobretodo (y esto también es difícil de admitir) cuando tenemos que luchar contra la inseguridad. Porque realmente todo este rollo de los celos nacen de la inseguridad.

Entiendo que cuando amamos a una persona queremos conservarla a nuestro lado. Y comprendo también que, enamorados como estamos, vemos a la persona como un ser maravilloso... que otras personas pueden admirar también. De repente nos parece lógico que todos los seres en el planeta estén interesadas en él/ella, y... bueno, si algunos de esos seres son más atractivos, más listos, más simpáticos y encima (¡no falla!) muestra un interés excesivo en esa persona que tanto amamos... pues ya está, inmediatamente nuestra cabeza empieza a maquinar escenarios en los que nuestra pareja se da cuenta de que él o ella es mejor que nosotros. ¿Qué hacemos entonces?

"No quiero que salgas tanto sin mí, ¿por qué tienen que comer juntos? ¡Me vale que sólo sean amigos!"... en fin, apuesto que ya se saben el "guión".

E insisto, al menos para mí, es tremendamente sencillo ponerme en modo "celos ON". Pero... ¿es justo para la otra persona? Creo que no.

No sé ustedes qué piensen al respecto, pero yo creo que entre dos personas que se quieren debe existir la CONFIANZA. Y el RESPETO, el suficiente como para dejar intacta la LIBERTAD de la otra persona. ¿Por qué creo esto? Bueno, si tienen una relación de pareja con alguien es porque (o al menos creo que deberían) le tienen una absoluta confianza. Si la persona anda con ustedes es por una razón muy sencilla: QUIERE estar con ustedes. Y sí, pueden haber personas más atractivas/simpáticas/listas/atléticas/etc allá afuera... pero a la persona que está con ustedes eso le vale un pimiento: las eligió a USTEDES. Por algo ha de ser, ¿no? Mi filosofía es "inocente hasta que se demuestre lo contrario" o, transladado a este terreno: "Mi confianza es absoluta mientras no me demuestren que no la merecen".

Honestamente no le veo el punto en dar rienda suelta a los celos (que insisto, TODOS sentimos) y hacerle pasar un mal rato a la persona que tanto queremos solo porque NO PODEMOS CONTROLAR NUESTRA INSEGURIDAD.

Tal vez puedan decir que lo siguiente que les voy a decir es un tanto (y sorry por la palabra) "valemadrista", pero en realidad lo creo: ¿Cuál es el punto de celar a una persona cuando, si no somos lo que realmente quiere/espera, tarde o temprano nos cambiará de todas formas? Lo más que podemos hacer es mostrarnos tal y cual somos... y dejar en la otra persona la decisión.

Al menos, esa es mi manera de concebir las cosas. ¿Cuál es la tuya?

P.D: Este post está dedicado a... una canción :P una canción que desde hace algo de tiempo no me deja tranquila, que revolotea por mi cabeza una y otra vez, y que justo cuando creo que ya la he olvidado vuelve al ataque y me tiene cantándola en los momentos más absurdos. No es que se relacione directamente con los "celos", pero tiene una línea que ayer, en un momento de "inspiración", me hizo volver a acordarme del tema. Es "Aunque no sea conmigo" con Enrique Bunbury. Escúchenla. Verdaderamente vale la pena.

domingo, 6 de junio de 2010

Al borde del acantilado



Bluma Zeigarnik fue una psicóloga que se interesó primero en estudiar un fenómeno en la conducta humana que más tarde, en su honor, se conocería como el “efecto Zeigarnik”. Consiste en el hecho de que un humano recuerda las cosas “inacabadas”, las tareas pendientes y todo aquello que “no terminó apropiadamente”, de forma mucho más vívida y recurrente que las que sí acabó bien.

Es frecuente que este fenómeno sea aprovechado por guionistas de series, películas o libros, por ejemplo, que gozan con darnos esos finales “cliffhangers”, palabra que básicamente quiere decir que lo dejan a uno al borde del acantilado, con una emoción muy fuerte y preguntándose cómo continuará todo. Que si el personaje principal recibe un balazo, que si cae por una cascada, si se encuentra nadando en el mar y de repente se avista un tiburón… todos esos finales que nos dejan rogando por más; esos son los Cliffhangers.

Pero la verdad, hoy escribí sobre esto porque creo que el efecto Zeigarnik y los finales Cliffhangers tienen una aplicación más allá de las historias que vemos en la tele o leemos en los libros: en nuestra propia vida.

¿Cuántos de nosotros no somos capaces de superar algo que acabó de manera traumática, o apresurada? ¿cuántos no nos aferramos a algo porque queremos una “continuación” de aquello que en su momento terminó tan mal? No nos pasa con las cosas de nuestra vida que acaban bien, no. Nos ocurre más bien con las cosas que nos dejaron “al borde del acantilado”.

Hoy no ando tan inspirada como para armar una larga divagación sobre esto; sólo quise compartirles la “explicación científica” de un efecto que puede llegar a estar muy presente (y ser terrible) en algún momento de nuestra vida.