domingo, 6 de junio de 2010

Al borde del acantilado



Bluma Zeigarnik fue una psicóloga que se interesó primero en estudiar un fenómeno en la conducta humana que más tarde, en su honor, se conocería como el “efecto Zeigarnik”. Consiste en el hecho de que un humano recuerda las cosas “inacabadas”, las tareas pendientes y todo aquello que “no terminó apropiadamente”, de forma mucho más vívida y recurrente que las que sí acabó bien.

Es frecuente que este fenómeno sea aprovechado por guionistas de series, películas o libros, por ejemplo, que gozan con darnos esos finales “cliffhangers”, palabra que básicamente quiere decir que lo dejan a uno al borde del acantilado, con una emoción muy fuerte y preguntándose cómo continuará todo. Que si el personaje principal recibe un balazo, que si cae por una cascada, si se encuentra nadando en el mar y de repente se avista un tiburón… todos esos finales que nos dejan rogando por más; esos son los Cliffhangers.

Pero la verdad, hoy escribí sobre esto porque creo que el efecto Zeigarnik y los finales Cliffhangers tienen una aplicación más allá de las historias que vemos en la tele o leemos en los libros: en nuestra propia vida.

¿Cuántos de nosotros no somos capaces de superar algo que acabó de manera traumática, o apresurada? ¿cuántos no nos aferramos a algo porque queremos una “continuación” de aquello que en su momento terminó tan mal? No nos pasa con las cosas de nuestra vida que acaban bien, no. Nos ocurre más bien con las cosas que nos dejaron “al borde del acantilado”.

Hoy no ando tan inspirada como para armar una larga divagación sobre esto; sólo quise compartirles la “explicación científica” de un efecto que puede llegar a estar muy presente (y ser terrible) en algún momento de nuestra vida.