miércoles, 2 de marzo de 2011

La sabiduría de un niño

Espero a que me atiendan en DHL. La fila es eterna (están entregando visas) y no avanza (el sistema está caído). Los dependientes batallan para contener a las personas que se están poniendo cada vez más malhumoradas. Me estoy empezando a enojar también… y de repente noto a la niña que está junto a su madre justo atrás de mí.

La veo recorrer el lugar señalando emocionada a su madre cada cosa.

“Mira mami, miraaaaa!! Se lleva todos los paquetes y los desaparece por esa ventanita!! A dónde van??”

“A otros países” (responde la mamá con un humor de perros).

Obviamente la niña parece fascinada ante la perspectiva. Se maravilla de la pluma que está sobre el mostrador y que tiene un complejo resorte que la devuelve a su lugar sin importar con cuanta brusquedad la deje caer el cliente (y eso ocurre muy a menudo).

Señala sin cansarse ese y mil detalles, como el avión de papel sobre nuestras cabezas que se mueve con las ráfagas de viento que los clientes hacemos cada vez que intentamos ventilarnos en este aire cada vez más viciado…

Señala tantas cosas que me doy cuenta de algo muy sencillo: tengo una hora parada aquí, pensando que estoy perdiendo 60 minutos de mi día en una fila interminable… pero una niña que tiene un sexto de mis años ha encontrado un uso mejor para ese tiempo: se está divirtiendo. Divirtiéndose en lugar de preocuparse ante el hecho de que la fila no tenga para cuándo terminarse.


Le doy un ligero golpecito al avión de papel sobre mi cabeza y la niña me sonríe cuando nota que ha empezado a girar en todas direcciones.

Dios, qué fácil es hacer feliz a un niño!! ¿Cómo es que creemos entonces que nosotros los adultos somos los sensatos?

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