domingo, 16 de enero de 2011

Cat's history

De repente me da por releer historias viejas y artículos confusos que suelo escribir en hojas sueltas. Hay días en los que me parece divertido leer lo que escribí en un momento de coraje, tristeza o alegría extrema sobre un suceso que hoy por hoy me despierta sentimientos muy distintos.

Y usualmente, después de esas lecturas, me da por escribir alguna reflexión :P el día de hoy, por perezoso que pudiera sonar, sólo me ha dado por compartirles la narración (más o menos) fiel de una cosa curiosa que me sucedió hace unas semanas. Y de antemano les pido una disculpa por no tomarme la molestia de impersonalizarlo... pero creo que en algunas ocasiones es mejor así...


"Dicen que todo en esta vida pasa por algo. Y confieso que hay días en los que lo dudo con toda mi alma… pero también tengo que aceptar que la mayoría de las veces estoy totalmente de acuerdo.

Ayer le hablé por teléfono a... (nombre omitido para proteger la identidad de la persona :P) y supongo que precisamente por estar concentrada en esa llamada tenía la vista fija al frente. Fue así como noté que había un gato asomado a la puerta, un gato con un collar que miraba con insistencia hacia adentro. Me levanté con el celular todavía pegado a la oreja y abrí la puerta. El gato retrocedió unos metros dispuesto a irse… y no sé qué me hizo tratar de evitarlo y llamarlo. Increíblemente el gato me hizo caso y se acercó. Me dejó tomarle el pelaje (increíblemente suave, por cierto) e incluso me aceptó la invitación y pasó por delante de mí cuando lo llamé para que pasara.

Colgué a... la persona... y me dediqué a leer su collar. Ahí estaba escrito su nombre, “Toby”, y un número. Al principio creí que era una especie de clave o algo por el estilo, después San Google me ayudó a entender que se trataba de un número telefónico de Arizona. Como no soy ninguna entrometida, llamé. Después de varios timbrazos me contestó la voz de un hombre, que percibí cansado y de cierta edad. Le informé con mi pésimo acento que le llamaba porque tenía a su gato. Tardó unos segundos en comprenderme y luego soltó un “Oh, my GOD!! Do you have my caaaat?” Le contesté que sí, le describí a Toby y se quedó sorprendido. Me contó que lo había perdido hacía mucho tiempo, que él estaba ahora en Arizona (obviamente! :P) y preguntó esperanzado si yo iba a esa ciudad muy seguido. No, desgraciadamente no. Entonces me dijo que el gato tenía mucho tiempo lejos de él. Y luego con insistencia me preguntó si Toby estaba bien cuidado. Le dije que sí. Y era verdad, tenía el mejor aspecto que jamás había observado en un gato. Él de repente me preguntó si no querría quedarme con él. Con voz nostálgica me explicó que era un gatito de lo más amoroso. Yo estuve de acuerdo, me había dado cuenta en apenas unos minutos. Cuando le pregunté si él no podía regresar por Toby, me contó que no, que estaba muy enfermo… de cáncer y que ya no podía viajar. Se me hizo un nudo en la garganta y por un instante mis sentimientos traicionaron al tono de mi voz. Supongo que notó mis ganas de llorar. Le dije que le prometía que el gato iba a estar bien, y que le deseaba mucha suerte. Me agradeció la llamada de una forma sumamente amable.

Cuando colgué las lágrimas me corrieron incontrolables por las mejillas. Me senté en el suelo y me puse a acariciar al gato, quien me miraba directo al rostro con sus grandes ojos amarillos, como si quisiera preguntar qué ocurría. No sabía, pero no podía controlarlas. En ese momento me sentí la persona más inútil del mundo por no tener un maldito pasaporte que me permitiera tomar ruta hacia Arizona y devolverle un gato tan dulce a ese pobre hombre. Así estuve un buen rato sin saber a ciencia cierta qué hacer. Pero luego me acordé que le había prometido a este hombre que Toby iba a estar bien, así que me levanté. Todavía no sabía qué hacer con él, pero imaginé que ya se me ocurriría algo. Me propuse llevarlo a mi casa.

El caso es que Toby se resistió mucho cuando lo cargué para subirlo al carro. Incluso en ese momento, cuando por fin conseguí cerrar la puerta, maullaba incontrolablemente. Lo dejé encerrado en lo que regresaba a la oficina por mi bolsa y lo vi moverse inquieto entre los asientos, sin dejar de maullar. Cuando abrí la puerta de nuevo para subirme, se bajó de un ágil salto y echó a correr. Lo seguí como pude, pero él fue más rápido y fue a refugiarse tras la cerca del colegio que hay frente a la oficina.

Yo lo llamé un buen rato pero Toby no estaba por la labor de atender. Empecé a desesperarme y a ponderar los riesgos, y también a pensar en las excusas que podría ofrecer a la policía cuando me encontraran invadiendo propiedad privada en medio de la noche… ¿me creerían si les dijera que no quería robar nada, sino recuperar a un gato desconocido
para buscarle un hogar? No, la verdad no. Seguí llamándole y de repente se acercó lo suficiente para que pudiera acariciarlo a través de la cerca. Metí las manos como pude y lo jalé del collar mientras él pegaba las uñas al piso, poco dispuesto a dejarme moverlo un centímetro. Lo intenté varias veces, pero a la tercera que lo jalé de una manera poco delicada se retiró de un salto y me dio la espalda con una mirada resentida. Cuando se echó en medio del patio dándome la espalda supe que ya no volvería a acercarse. Me subí derrotaba a mi carro.

Durante el trayecto de vuelta a mi casa lloré inconsolablemente. Ahora que puedo verlo con un poco más de claridad me doy cuenta que en ese momento no lloraba por el gato en sí, sino por lo que representaba. Un hombre está enfermo, tiene una mascota perdida, yo la encuentro. Lo lógico sería que estuviera en mi poder llevárselo… pero por cuestiones burocráticas, por no poseer un estúpido papel para poder cruzar una estúpida cerca, por limitantes de tiempo, por compromisos de trabajo, por pereza, por lo que sea… nunca se lo iba a regresar. Y el hombre lo había entendido y aceptado antes que yo, se había despedido de él, había aceptado lo inevitable y en lugar de amargarse se había conformado con que su gato estuviera salvo y feliz.

¿Es que así funciona el mundo? ¿Uno tiene que resignarse a que las cosas son como son? Y yo, que soy tan idealista… hasta yo me rendí. Tuve que rendirme y aceptar que así eran las circunstancias.
Esa derrota fue muy dolorosa.

Tardé, pero luego entendí que la vida nos ofrece lo que hay y uno debe verle el lado positivo. Ese hombre aceptó un mal diagnóstico, y también la imposibilidad de volver a ver a su mascota… y se dio su tiempo para reír en el teléfono. Para estar agradecido y para ser sumamente amable conmigo.

Creo que Dios me mandó esta lección de esta forma para que nunca la olvidara. Para que supiera cómo se siente “tener la posibilidad” de hacer algo, y aún así aceptar que a veces las cosas son como son. Que a eso no siempre se le llama “derrota”, sino “madurez”...

Ahora, por ejemplo, comprendo que mi primer impulso de llevarme al gato había sido un error. Investigué y resultó que ya tenía nuevos dueños; habría sido una crueldad mayor separarlo nuevamente de los niños que ahora son sus amos… pero no lo vi antes. Creo que el gato fue más sabio que yo"


Sí, se que probablemente sea un relato absurdo. Una cosa trivial de la que hice una tormenta. Pero muchas veces pienso: si uno no aprende y se hace el filósofo con los detalles, ¿entonces con qué?